Las flores frescas sobre la gastada caliza bailan ligeramente y se mecen con el viento. Un par de pequeñas abejas curiosas atraídas por la fragancia se convierten en los segundos visitantes de la mañana en una tumba prácticamente olvidada. Los segundos visitantes en mucho tiempo, en realidad. Como tantas y tantas tumbas del Cementerio de Nuestra Señora de la Almudena, los años se suceden mientras pasan desapercibidas y desatendidas.
Ella camina recorriendo los estrechos pasillos entre los agolpados nichos de la impresionante necrópolis madrileña, con una cesta de flores en un brazo y un bastón en la mano contraria. De vez en cuando se detiene frente a alguna tumba, algunas de aspecto muy nuevo, otras que parecen triplicar la edad de la propia anciana que pasea por su linde. La florista deposita en ellas un par de flores tras pasar unos minutos presentando sus respetos.
Cada día un recorrido distinto, cada día diferentes tumbas. La muerte nos iguala a todos, aunque los mausoleos, nichos, tumbas, osarios, fosas y cercados tengan aspectos muy distintos, ella no hace distinción entre unos y otros.
Hace poco más de un mes que el viento sopla distinto dentro de recinto, tal vez caminar por allí ya no es prudente. Quién sabe lo que podría pasar si los ojos equivocados distinguiesen su silueta recorriendo la Almudena… pero los viejos hábitos de una anciana son, por lo general, casi inamovibles. Podría tener otras aficiones propias de su edad, alimentar palomas, hacer ganchillo, cocinar dulces y bizcochos, tal vez irse al bingo, pero su tarea abarca fines mucho más importantes, más altruistas. Así que ella continúa su recorrido diario conocedora del riesgo que corre.
Poca compañía rodea a Hortensia, son tiempos que no invitan precisamente a pasar la mañana en un cementerio, así que la mayoría de visitantes son quienes acuden a despedirse de quien pasará a ser residente permanente del camposanto. Si hay algo que la florista haya odiado siempre, es ver la tristeza que acompaña la muerte de un ser querido. Irónica ocupación la suya, vender flores en un cementerio, aunque tal vez reconfortante. Las personas tienen una forma curiosa de afrontar el viaje de la muerte, palabras bonitas, flores, y regalos que, por pura rutina, jamás hicieron a la persona que se va. ¿No es curioso cómo deberíamos enfrentarnos a la vida como sobrellevamos la muerte, y que algo tan natural como morirse no nos parezca un trámite cotidiano?
El Cementerio de la Almudena es extenso, es antiguo, es diverso, y desde la superficie de las lápidas las flores sienten la luz del sol brillar con fuerza, conocedoras de que pronto ese también será su lugar de descanso. Y muchas horas después de la marcha de la florista, tras la puesta de sol, siendo testigos de cómo, por toda la necrópolis, quienes también debían descansar ya no lo hacen.
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